Tengo una amiga enfermera. Ayer me contaba que habían tenido
un paciente que les había contado como había sido su vida. Ella le creyó. Pasado
un tiempo, se enteró por el siquiatra que era un mentiroso compulsivo. Se inventaba
su vida para eludir la cárcel, estaba en busca y captura. Se creía sus propias
mentiras hasta el punto de sufrir crisis de rigidez muscular y quedar hecho un
feto de la tensión.
Parece ser que no lo hacía a caso hecho, sino que era una
respuesta de su organismo a una vida de contradicciones, mentiras y engaños. No
tenía familia, ni amigos, ni pareja. Y la verdad, no me extraña conociendo todo
esto.
Cada día me quedo sorprendió de cómo somos las personas. Hablo
con la gente y veo como se engañan. Como hacen juegos sicológicos para no estar
en la realidad.
Nos mentimos, nos engañamos, jugamos a ser lo que no somos. Y
esto no es malo en sí. Lo malo es que nos creemos nuestras propias mentiras,
nuestros propios juegos y esto hace que nos volvamos más disgregados. Más difusos,
perdidos, vacíos de energía.
No saber lo que somos, no saber lo que queremos. No saber lo
que necesitamos para sentirnos llenos nos impide permanecer compactos, unidos,
integrados. Formando un solo ser.
Cuando no estamos en el presente, en el ahora con sus alegrías
y sus tristezas, nos separamos poco a poco de la vida, de la existencia. Nuestra
energía se difumina en el universo y nos cuesta mucho recuperarla.
La forma más habitual de gastar la energía y evitar el
presente es usar los pensamientos. Estos hacen que nos perdamos en una maraña
en la cual caemos, nos hundimos y nos perdamos nuestro paso por aquí.
Los pensamientos vienen y van. Según mi punto de vista hay
una diferencia entre pensar y el pensamiento. Parece un proceso y un resultado.
Pero para mí no es así.
Pensar en un proceso que sucede, que se desarrolla. Usa nuestra
creatividad. Este verbo suele aportarnos gratificación, alegría, soluciones. Es
un fenómeno que se desarrolla. Sabes dónde comienza pero no hasta dónde puede
llegar. Se desarrolla en el presente.
Por el contrario. Un pensamiento es una cosa cerrada. No permite
flexibilidad. Tiene principio y fin. No nos ayuda. Es rígido. No está sujeto al
cambio. Por eso mismo no es un fenómeno. No es un proceso que se ajusta al
presente. Un pensamiento es un nombre y pensar es un verbo.
Siempre he oído que primero fue el verbo. Nunca entendí que
significaba esto. Ahora me doy cuenta a lo que se referían. El verbo es estar
haciendo, actuando y sólo se puede actuar en el presente. Yo no puedo jugar al
futbol ayer. Puedo hacerlo ahora, pero no ayer. Igual pasa en el futuro. El verbo
solo sucede en el presente. Solo se puede hacer ahora. Mañana no se puede
actuar. Se actuara posiblemente, pero no se sabe.
El pasado ya se sabe pero nada se puede hacer en él. Ya sucedió.
Sólo se puede actuar en el presente.
Vivimos en el pasado o tratando de de controlar el futuro. Vivimos
creyendo que seremos mas felices, que así nuestra vida será más fácil. Pero no
creo que esto sea así. Nuestra vida se vuelve más fácil queriendo controlar el
futuro. No que no sabemos es que crear ese control nos causa infelicidad,
dolor, perdida de energía, estar fuera de la realidad.
Y la realidad es que sólo disponemos del momento presente
que un segundo después se ha vuelto pasado. El presente es efímero. Tan volátil
que hay que estar muy atento a él o se escapará entre los dedos de nuestras
manos como la arena de la playa.
El pensamiento hace que nos perdamos nuestro presente. Que no
estemos donde nos encontramos y que no fluyamos con la vida.
El pensar es actuar ahora. Usar los recursos de que
disponemos ahora mismo y de forma creativa para hacernos la vida fácil. Es un
proceso abierto, cambiante, dinámico.