PENSAR CON EL CORAZON
Este articulo fue publicado en la revista Mente Sana nº18. Esta
escrito por un reconocido pionero del estudio de la neurociencia de las
aptitudes humanas y ha sido profesor en la Standfor Business School su nombre
es Robert K. Cooper.
Lo he copiado tal cual ya que creo que es muy interesante
saber cómo funciona a nivel orgánico y emocional nuestro cuerpo.
Pensar con el corazón:
El cerebro es maravilloso –escribió el poeta Robert Frost-. Empieza
a trabajar en el momento en que te levantas por la mañana y no para hasta que
llegas al trabajo.” Tenía más razón de lo que creía.
Porque aquellas personas que intenten vivir y trabajar sólo
con sus cabezas son convertirán en los
dinosaurios del futuro. La brillantez humana, el compromiso y la creatividad
pueden estar inducidos mucho menos por el cerebro de la cabeza que por los
otros centros de inteligencia recién descubiertos –conocidos como el segundo y
tercer cerebro-, ubicados en los intestinos y en el corazón. Tal como cada uno
de nosotros posee una personalidad propia, nuestros tres cerebros nos confieren
una inteligencia exclusiva.
Razonar de una forma más elevada implica la colaboración de
los tres cerebros. Al hacer uso de los tres, podemos formularnos con más
rapidez las preguntas adecuadas y elegir las respuestas de forma mejor y más
clara. Hasta el 96% del éxito en la vida y en el trabajo depende de los cerebros
del intestino y del corazón, no solo de la cabeza.
La vieja perspectiva de cómo el cerebro de la cabeza influye
sobre la conducta humana puede resumirse así: cuando tenemos una experiencia directa,
por ejemplo, cuando interactuamos con unas personas o nos enfrentamos a un
reto, el problema u oportunidad, ésta nos llega a través de los cinco sentidos
primarios y entra en el sistema nervioso. En este modelo tradicional, cada
experiencia va directamente al cerebro, pensamos al respecto y respondemos con
una conducta determinada. Todo sucede en la cabeza.
La realidad, según veremos más adelante, no es así en
absoluto. De hecho, cuando se destina demasiada actividad cerebral a pensar y
recordar, no queda suficiente actividad neural para sentir y experimentar el
alcance y la profundidad de lo que es nuevo en ese instante. Como resultado,
una respuesta que podría ser ingeniosa y práctica se vuelve torpe e
irrelevante. Existen ocasiones en las que depender del cerebro pensante no sólo
es irrelevante para la adquisición y expresión de destrezas, sino que además
puede interferir en ellas.
Gracias a los avances de la neurociencia, ahora sabemos que
la inteligencia está distribuida por todo el cuerpo. Cuando tenemos una
experiencia directa, ésta no va directamente al cerebro para que pensemos al
respecto. Primero llega a las redes neurológicas del tracto intestinal y del corazón.
Cada contacto con la vida nos crea un sentimiento visceral. Puede
que lo percibamos como “hormigueo en el estomago” o como “un nudo” de tensión
intestinal o una excitación. O, si estamos muy adiestrados para permanecer
siempre en la cabeza, puede que no lo notemos en absoluto.
Pero el cerebro intestinal está ahí. Lo sepamos o no, se está
haciendo muchas preguntas y, además, las responde de un modo que afectará a
nuestras acciones. Nos dice: “¿Qué grado de importancia tiene esta reunión,
este reto o esta persona? ¿Supone una oportunidad o una amenaza? ¿Está mi
felicidad o progreso en juego?
Conocido como sistema nervioso entérico, este segundo
cerebro situado en los intestinos es independiente, pero está interconectado
con el cerebro del cráneo. Los neurocientíficos aseguran que en esta zona hay
más neuronas que en toda la columna vertebral. Cerca de 100 millones. Este complejo
circuito le permite actuar con independencia, aprender, recordar e influir
sobre nuestras percepciones y conductas. Las reconozcamos o no, nuestras “reacciones
viscerales” influyen sobre todo lo que hacemos.
Después de que el sistema nervioso entérico digiere una
experiencia, le toca al corazón considerarla. En los años noventa, los
científicos del nuevo campo de la
neurocardiología descubrieron el verdadero cerebro del corazón, que actúa
independientemente de la cabeza. Compuesto por un conjunto específico de más de
40.000 células nerviosas llamadas barorreceptores, junto con una red compleja
de neurotransmisores, proteínas y células de apoyo, este cerebro es tan grande
como ciertas áreas clave del cerebro craneal. Tiene capacidades computacionales
muy potentes y altamente complejas. El cerebro del corazón, al igual que el cerebro
intestinal, utiliza un circuito neural para actuar con independencia, aprender,
recordar y responder a la vida.
En el feto, el corazón humano se desarrolla antes que el
sistema nervioso y el cerebro pensante. La energía eléctrica en cada latido del
corazón, y la información que contiene, llega en forma de pulsación a cada célula
del cuerpo. Con cada latido del corazón existe otra forma de comunicación en
todo el cuerpo, una onda que viaja a través de las arterias más rápido que la
sangre.
Esto crea otra forma de lenguaje, de comunicación interna en
forma de ondas de presión cuyos patrones varían con cada compleja, rítmica e
intrincada pauta del corazón. Cada una de nuestras billones de células siente
esta onda de presión y depende de ella de varias formas.
El corazón utiliza además otra ruta para comunicarse: los
mensajeros químicos del sistema hormonal. Uno de ellos es el péptido
natriurético auricular, un impulsor primario del comportamiento motivado. Por eso
el corazón desempeña un papel crucial a la hora de movernos hacia la
autosuperación. Así que los sabios, a lo largo de la historia, tenían razón: si
no sentimos nuestros valores y metas, no podemos vivirlos. Aún más, el campo electromagnético
del corazón es el más poderoso de todos los producidos por el cuerpo. Los cambios
eléctricos de los sentimientos transmitidos por el corazón humano pueden
sentirse y medirse al menos a un metro y medio de distancia e incluso a tres
metros.
Igual que los intestinos procesan mucho más que la comida,
el corazón hace circular algo más que la sangre. Cada latido habla con un
lenguaje inteligente a todo el cuerpo, un lenguaje que influye profundamente en
cómo percibimos el mundo y como reaccionamos al mismo. No es de extrañar que,
cuando las personas no nos sentimos cuidadas y valoradas de forma única, no
pongamos el corazón en nuestra vida o trabajo.
La tercera parada para los impulsos nerviosos es un área en
la base del cerebro conocido como médula. Allí suceden varias cosas
fundamentales. Dentro de la médula existe un enlace vital con lo que se como
Sistema Reticular Activado(RAS).
El RAS está conectado con los principales nervios de la
columna vertebral y el cerebro. Organiza los 100 millones de impulsos que
asaltan al cerebro cada segundo, desviando lo trivial y dejando pasar lo vital
para alertar a la mente. Esta parte del cerebro ha evolucionado a lo largo de
los milenios con una tendencia inherente a ampliar los mensajes negativos de
entrada y atenuar al mínimo los positivos.
Eones atrás, rodeados de peligros casi constantes para la
supervivencia, esta amplificación de los mensajes negativos seguramente ayudó
mucho a la especie humana. En el mundo de hoy, esa reacción tan enraizada
tiende a complicar las cosas. Unas cuantas palabras de crítica bien
intencionadas –que están lejos de ser un comunicado oficial de peligro a la
supervivencia- son amplificadas por el RAS, que las convierte en un simple mensaje:
“¡Peligro!, ¡Peligro!”.
Nos erizamos y nos volvemos ansiosos y defensivos. Por el
contrario, el RAS reduce un verdadero cumplido a poco más que un susurro. Por esta
razón, al final de un día típico de trabajo, en el que cien cosas han ido
bastante bien y una ha salido mal, caso todos nos preocupamos por aquella que
fue un poco mal. Es el instinto inherente al RAS y, si no aprendemos a guiar y
manejar su influencia, puede dominar nuestras percepciones y paralizar nuestro
progreso.
Al abandonar el RAS, y en unos pocos segundos, la
comunicación neural viaja hasta el sistema límbico, desde donde percibimos el
mundo y damos formas a nuestra respuesta al mismo. El sistema límbico es también
el asiento de todas las emociones en el cerebro. Existen claros indicios de que
este sistema funciona 80.000 más rápido que la corteza cerebral.
Por último, la casada neural de impresiones procedentes de
nuestra experiencia llega a la zona pensante del cerebro, conocida como corteza
cerebral. Antes de eso, cada experiencia ha sido sentida e interpretada por los
intestinos, el corazón y las otras regiones cerebrales. En otras palabras, lo
último, y no lo primero ni lo más destacado que hacemos, es pensar.
Siempre que confiamos demasiado en el cerebro de la cabeza,
aparecen luchas innecesarias. Una razón es que, siempre que opera sin estar equilibrado
por los cerebros intestinal y cardiaco, el intelecto realiza principalmente
actos cómodos. Puede evocar todo tipo de ideologías, filosofías, teorías,
advertencias, principios y creencias, pero aunque sean elocuentes y bienintencionadas,
no cuentan mucho por sí solos. Tenemos que sentir aquello que importa para
poder vivir de forma que importe.
Resulta que el manido consejo de “no te dejes influir por
las emociones” al final es un camino seguro hacia la toma de malas decisiones. Pero,
sin la implicación activa de los centros del intestino y del corazón, en pocos
momentos el cerebro de la cabeza se satura y el análisis nos paraliza.
Así que escucha todas tus fuentes de sabiduría e intuición y
no solo una. Cada vez que te enfrentes a un momento importante durante el día pregúntate: “¿Qué me dicen mis vísceras?
¿Y mi corazón y mi cabeza?”. Luego, escucha con atención a cada una de estas
tres corrientes de la inteligencia antes de decidir cómo actuar. Con la práctica,
tu capacidad para tomar decisiones mejorara y profundizara. Acertaras más
porque tu raciocinio será más completo.
Este es el artículo completo, la verdad que da una explicación
científica a lo que los místicos nos llevan milenios diciendo. Una vez más, no
hay nada nuevo, nada que se haya inventado nuevo entre el cielo y la tierra.