jueves, 19 de julio de 2012

EL FUEGO INTERIOR CUATRO

 Llevo un tiempo observándome y me  he dado cuenta que cundo más activa tengo mi mente es en los momentos más desagradables, dolorosos y tristes de mi vida.

Me he dado cuenta que pongo en marcha mi pensar para evadirme de la realidad ya que no me gusta lo que estoy sintiendo con lo que me sucede en el presente. Así puenteo esos momentos y evito sufrir.
En un principio este invento para evitar mi tristeza es efectivo, me sirve y es eficaz. Cumple su función. La creatividad que he desplegado para evitar sufrir ha generado sus beneficios.
El problema surge cuando no sabemos ni podemos parar la mente. Al igual que la ponemos en marcha para cumplir una función, tendríamos que saber pararla una vez acabada esta. Sería algo así como poner en marcha el horno para cocinar y apagarlo una vez terminado el asado. Si no, no tiene sentido gastar energía para nada.
Los seres humanos somos curiosos. Somos capaces de poner en marcha la mente y luego no podemos pararla. Pero esto es tan sutil y se produce en un nivel tan inconsciente que no nos damos cuenta del proceso. Es automático y so pena de que seamos muy conscientes, el proceso. Es automático y so pena que seas muy consciente, el proceso se produce sólo, sin tu consentimiento.
Pero ¿Qué sucede cuando estamos sin mente? Nos queda el vacío. Cuando no pensamos nos quedamos en suspensión. Si el momento en el que estas es alegre no pasa nada. La alegría gusta a todo el mundo. Es una sensación agradable.
Pero, ¿Qué sucede si quedamos sin mente en un momento desagradable? Nos embarga la tristeza y esta no es agradable de sentir, así que automáticamente la mente se pone en marcha.
Básicamente, y en mi opinión, la mente la hemos creado para salirnos del vacío que supone vivir el presente. El preferible no estar en el momento actual sea agradable o desagradable que sufrir el riesgo de quedarte sin mente  en un momento triste. La sensación de confusión, de decepción es tan grande que nos asusta. Y de esta forma no conocemos el potencial que tiene este vacío, y así no nos conocemos a nosotros mismos.
El vacío del presente es similar a una chistera. De ahí pueden salir muchas cosas, sólo falta que uno mismo sepa que quiere sacar y dejarse estar para que el proceso de creatividad se ponga en marcha y dé a luz lo que necesitamos en ese momento.
A este estado Lao Tse le llamo el Tao. Sólo quedándonos en el vacío que supone en presente de nuestra vida podremos sentir los pies anclados a la Tierra y las manos tocando el cielo.
Tu eliges.

FUEGO INTERIOR TRES


Cuando una persona no se siente a gusto con su vida, con sus sentimientos y consigo misma. Hay tres pasos que se suelen dar que uno lleva al otro, pero que te puedes quedar en cualquiera de los dos primeros ya que hacer el tercero se ha de ser muy valiente y enfrentarse a los propios miedos y a uno mismo.
Estos tres pasos son: reforma, revolución y rebelión.
La reforma es cuando no estando a gusto con nuestra vida cambiamos cosas superficiales. El vestir, los amigos, de casa, estudiamos nuevas cosas para que cambie nuestra existencia, etc. Son cambios en el exterior de nosotros que nada afectan al centro y que los demás pueden ver, que en el fondo eso es lo que pretendemos, que los demás los vean.
Esta reforma es superficial, no afecta a lo más profundo de nosotros mismos y seguimos siendo, en el fondo, los mismos.
Luego está la revolución. Aquí cambiamos ideas, teorías y conceptos de nosotros y como vemos el mundo. Es un cambio algo más profundo que la reforma pero sigue sin tocar las estructuras fundamentales del ser. No profundiza lo suficiente como para que algo nuevo surja.
En la revolución hay modificaciones pero a la vez no dejan de tener cierta superficialidad ya que no tocan al centro del ser.
En estas dos etapas no hay cambios sustanciales en la persona. Pueden producirse muy rápidas, son muy evidentes y muchas gente se queda en la primera o en la segunda ya que no hay mucha diferencia entre ambas.
Pero luego esta la tercera, la rebelión. Aquí la persona toca todo su ser. Modifica todas las estructuras de la persona. Cuestiona y experimenta todo lo creído hasta ese momento y cuestiona aquello con lo que se identifica. En esta etapa se produce un cambio interior que apenas se ve en el exterior pero si se manifiesta si una sabe que mirar y cuáles son las señales que lo delatan.
Lo principal de todo es que nos demos cuenta que no somos nuestra mente. Saber esto no significa que luchemos contra ello, pero si ser conscientes que es una herramienta que nos esclaviza.
Cuando nos damos cuenta que no somos nuestra mente. Un paso muy grande hemos dado en nuestra evolución interior. Es darnos cuenta que no somos  lo que pensamos, que no somos lo que creíamos ser.
Desidentificarnos de nuestra mente supone convertirnos en los dueños y dejar de ser los esclavos. Dejamos de ser llevados y elegimos hacia donde queremos ir.
Desaparece mucha confusión y entonces hay que aprender una nueva búsqueda. La búsqueda de lo que realmente queremos. Hemos de olvidarnos de todas esas ideas de si queríamos esto o lo otro para ser felices y buscar lo que nuestro corazón quiere realmente.
A partir de este punto aparece la rebelión. Uno comienza a revelarse contra muchas ideas, teorías, conceptos, incluso con personas. Comienzas a ver estas ideas por las que se rigen los demás y que son las mismas que tú usabas pero que ya no te sirven
Y entonces aparece la radicalidad. Los demás siguen en sus juegos pero a ti no te sirven. Ellos quieren que vuelvas a ser uno de ellos y  tú te niegas una y otra vez. Entonces te llaman mil y una cosas con tal de que vuelvas a ser igual a ellos. Te llaman sicoanalizador, loco, radical, blandengue, sensiblero, debilucho, etc. Para que vuelvas al redil en el que se encuentran.
Pero la rebelión ya está en marcha y sabes que no hay vuelta atrás. La línea  roja de “imposible volver” ya la has cruzado y has de continuar.

FUEGO INTERIOR DOS


La mente la generamos nosotros mismos para no perder el amor de las personas que en su momento eran imprescindibles para nosotros: padres, hermanos, abuelos, tíos, amigos, etc.
Estas normas de conducta que creamos fueron influenciadas por ellos para que fuésemos buenos, nos portásemos bien y fuésemos como ellos querían. Todo esto generó que no debíamos olvidarnos de los condicionamientos y a su vez creamos la mente que recordaba todo esto. Creamos la mente.
Conforme íbamos creciendo y una vez generada esta mente que nos ayudaba a sentirnos queridos por nuestros seres amados, surgió la necesidad de seguridad. Vivir en un mundo donde no sabemos si mañana nos querrán después de todo el esfuerzo hecho durante años, era impensable para nosotros.
Entonces proyectamos la mente hacía el futuro. Tratando de preveher que sucederá y tendremos que hacer para que mañana nos quieran también. Así surge el control, las expectativas y con ellas la decepción y la ansiedad.
Así que tenemos una mente que bien está en el pasado o en el futuro cuyo fin último es que nos quieran y  no dejar de sentir el cariño de los seres que consideramos importantes en nuestra vida.
Nunca nos cuestionamos si todo esto nos beneficia o nos perjudica en el momento presente, ya que como al elefante, hace mucho que nos resignamos a estar anclados a ella.
Esto nos va apagando, desenergetizando, matando en vida. Así solemos pasar nuestra existencia por este mundo. Como mucho intentamos ser felices hasta que descubrimos que la felicidad solo es momentánea, no es permanente ya que siempre es bipolar y antes o después la infelicidad volverá.
Es curioso ver como todo lo que hicimos y por consiguiente, lo que hacemos, aunque es derivado de lo pasado, fue hecho para que los seres que necesitábamos para subsistir en este mundo no nos dijesen: “pues ya no te quiero”

FUEGO INTERIOR


Hace un tiempo descubrí que la mente, esa parte que nada más que utilizamos para darle vueltas y que no nos lleva a ninguna parte, es creación nuestra. La creamos, cuidamos y alimentamos para no sentirnos en el vacío que supone vivir en el presente constante.
La cuidamos desde pequeños ya que nos enseñaron que eso era lo correcto, y nosotros en esa época creíamos ciegamente en las personas que teníamos a nuestro alrededor. Después, cuando hemos crecido no hemos vuelto a cuestionarnos todo lo que nos enseñaron durante esos años. Y sí, es verdad que muchas cosas de las aprendidas nos sirvieron y aún nos sirven. Pero también no es menos cierto que otras tantas no sirven para nada en nuestra vida actual y las conservamos como si fuesen tesoros.
Tesoros dentro de baúles que si alguna vez nos atrevemos y somos los suficientemente valientes como para abrir esos cofres veremos que están vacíos. No contienen nada que nos sirva ya, y nos mantienen aferrados a ellos y los defendemos con uñas y dientes.
He oído en algún sitio una bonita historia:
Un niño fue al circo con su padre y al pasar frente a los elefantes le llamó la atención como un animal tan grande y con tanta fuerza estaba sujeto a una estaca no más grande de 30 centímetros.
El crio intrigado le preguntó a su padre que le sucedía a este cuadrúpedo y como es que no le pegaba un tirón al palo y salía corriendo.
El padre impotente no supo que contestar. Ante el no saber que decirle, le conto a su hijo una historia que a este no convenció.
Pasó el tiempo  y el niño siguió intrigado con el suceso del elefante. Preguntaba pero nadie sabía darle una contestación a su pregunta.
Un día, estaba frente a un viejo y se le vino a la mente el viejo problema sin respuesta. Así que se lo planteó al sabio.
Este le contesto: “Es fácil. Al elefante se le ata de la pata porque cuando era pequeño también se le ató igual. Este desesperado de verse preso, tiró, mordió, forcejeo, peleo con la cuerda y el palo durante muchos días hasta que no pudo más. Debido a que era pequeño y no tenía fuerza no pudo arrancar el palo ni cortar la cuerda.
Así llego a rendirse frente al palo. Durmió, comió y vivió cerca de la estaca. Se resigno a estar atado y jamás volvió a plantearse que pudiera soltarse.”
Así vivimos. Cuando fuimos niños generamos nuestros palos en forma de  normas, dogmas, condicionamientos, conciencia, etc. Como cada uno quiera llamarle.
A estas normas nos ataron las personas que amábamos siendo niños y desde entonces, aunque hayamos crecido, seguimos anclados a nuestras estacas. Fijos, inmóviles, estáticos en el mismo lugar y no nos cuestionamos si nuestros palos son reales o imaginarios.
Así funciona nuestra mente. Está llena de fijaciones al pasado que ya de nada sirven. Normas, dogmas que  nos tienen anclados a una vida que ya no existe y que nos impide ser nosotros mismos, con nuestras cosas buenas y no tan buenas.

martes, 10 de julio de 2012

EL MOVIL


                             
Como buen español que soy, fui a la picaresca a cambiar de compañía telefónica para que así la que ya tengo me hiciese una contraoferta y me saliese aún más barata la factura del teléfono.
Lo que no sabía es que las compañías son mas picaras que yo y me dejaron sin línea un buen día.
Al principio la ansiedad y el no poder hablar con la gente, bueno, mejor dicho, la sensación de sentirme desconectado me pusieron de un humor de perros. Les gritaba a todos, sobre todo a las operadoras de las compañías a las que llamaba. Me sentí desquiciado, fuera de mí.
Cuando tome consciencia de lo que me estaba sucediendo por dentro y de mi dependencia al móvil, me alarme mucho más.
Así que decidir relajarme, comencé a ver la situación con más calma y a ver las distintas opciones que había. Me fui a la cama a descansar con la idea de que mañana seria otro día.
Gracias a una amiga, al día siguiente insistimos en la compañía en la cual tenía anteriormente la línea y conseguí solucionar el problema.
Para mí, nada pasa por casualidad en mi vida. Considero que esto tampoco es casual que me haya sucedido. Últimamente estaba en un punto donde trataba de sacar a la luz todas mis dependencias sicológicas y emocionales.
Saque mi dependencia a personas concretas, a cosas materiales, conductas tóxicas que me daban falsa seguridad, etc. Pero no veía mi dependencia s al móvil.
Con este suceso me he dado cuenta esta dependencia tan fuerte que tengo a él.
Las dependencias nos impiden ser felibres. Hacen que no veamos lo que realmente queremos y deseamos. Y sobre todo, nos imposibilitan para vivir una vida plena y llena de frescura y espontaneidad.
Tener una dependencia es parecido a que nos aten a un árbol con una cuerda de 10 metros. Nos dejan cierta movilidad pero nos limitan para poder movernos libremente por nuestro mundo.
Estar atados y no verlo es todavía peor que estarlo y no saberlo. Sabiéndolo, por lo menos, tal vez, a lo mejor, podamos hacer algo para soltarnos.  No verlo supone estar condicionado a los 10 metros de cuerda de por vida y no saberlos. Estar muerto en vida.
Por desgracia me encuentro mucha gente que tiene estas dependencias y no son capaces de vérselas. No he venido a este mundo a mostrárselas. He venido a ver las mías y tratar de soltarme, siempre que pueda y ponga luz en mi oscuridad.
Ser dependientes es caminar por la noche sin luna por un camino bordeado de árboles y sin linterna que nos alumbre. Hemos de creas la luz interna necesaria para que nos alumbre nuestro camino.
Solo aumentando nuestras consciencia generaremos la energía necesaria para que nuestra bombilla se ilumine y nos saque de nuestra oscuridad.

EL CUENCO TIBETANO

Una amiga me ha regalado un cuenco tibetano. Es muy bonito y genera vibraciones que me recorren todos los órganos del cuerpo.
Ella me hablo que equilibraba las energías con ese sonido. Para experimentar si era cierto la deje que lo usase conmigo.
Me acosté y trate de relajarme, aún así era escéptico a lo que me contó. Por esa razón estaba pendiente del cuenco, de su sonido y de mí.
Ella lo golpeaba y hacia girar el palo por el borde emitiendo sonidos y vibraciones. Lo pasaba a lo largo de mi cuerpo. Era cierto, la energía de mi cuerpo la sentía equilibrarse, allanarse. Como si los picos de mi energía se desmontasen y los valles se cubriesen quedando todo a un mismo nivel energético.
A veces el sonido duraba más, otras menos. Me contaba que mi energía influía en el sonido y duración del mismo. así que decidí experimentar con esto.
Cuando iba a golpearlo me ponía a pensar en cosas. Trataba de controlar mentalmente lo que podría suceder unos instantes después. Pensaba en mis padres. Pensaba en mi trabajo, en el dinero. En otras ocasiones intentaba no pensar en nada. Trataba de dejar mi mente vacía. Me hacia consciente de mi cuerpo, del sonido del cuenco y me dejaba fluir con y en e él.
Experimente algo muy curioso. Me di cuenta que cuando pensaba el sonido del cuenco duraba mucho menos que cuando tenía mi mente vacía. Era como si mis pensamientos usaran mi energía para poder realizarse y le llegaba muchas menos al cuenco. Me sentí desconectado, cerrado. No me sentía unido al todo.
Por el contrario, cuando me vaciaba, el sonido era más largo y las vibraciones me entraban hasta lo más ondo de mi ser. Era como si dejase una ventana abierta y la luz me iluminase por completo.
Entonces, estando relajado, recordé lo que los místicos decían de la mente. Lao Tse: “modera tu mente”. Los maestros zen: “cuida tu mente”. Buda: “deja de desear”. Jesús: “vuélvete un niño”. Mahoma: “escucha tu corazón. Krisna: “fluye con el cuerpo”.
Todos hablaban de lo mismo, de la mente. Si no somos capaces de moderarla, de vaciarla, ella nos arrollará y gastará la energía vital que tenemos para la existencia.
Los profesionales de la sicología, así como los neurólogos y siquiatras se están quedando obsoletos. Así como le paso a Freud con su sicoanálisis. Hasta que no se den cuenta que hay que trabajar un todo: cuerpo, mente y corazón, no podrán empezar a sanar a las personas.
A esto hay que añadir que para poder ayudar a una persona antes han de haber sanado ellos sus propias heridas emocionales. Si no es así, será como un ciego que guía a otro ciego, ambos caerán por el precipicio.
Hemos de moderar nuestra mente, moderar nuestro nivel de deseo y que aumente nuestra consciencia sobre nosotros mismos y sombre el mundo que nos rodea.
Este aumento  sólo se producirá si nos paramos en nosotros mismos, en que nos está sucediendo minuto a minuto y para eso hemos de estar atentos a nuestro presente. Hemos de vivir en nuestro aquí y ahora. Sólo lo tenemos a él y que todo son sucede en él. Fuera de eso es fantasía lo que hay.
Solo una combinación con el darnos cuenta y la meditación nos salvara y nos volverá a poner en la vida.

ACCIDENTES


Una furgoneta se ve al final de la calle, justo antes de subir el puente. Las ruedas estaban para arriba y tres personas en el suelo.
Cuando hemos llegado no eran tres  personas las que iban en el vehículo, eran siete. Tres estaban inconscientes, uno lamentándose, dos mujeres afectadas y una fuera ilesa llorando.
Pedí cuatro ambulancias para que atendieses a lasa la gente. Una de las mujeres tenía los dos brazos rotos. Un desconocido estaba con junto a ella tratando de tranquilizarla. Entre todos hemos atendido a las víctimas.
Es curioso como las personas evolucionamos en situaciones límite como estas. Un accidente de tráfico, debido a la aparatosidad y a la violencia con que se produce hace que nos pongamos al límite. Es increíble como en segundos la vida de una persona puede cambiar tanto. Esto también nos sucede en la vida diaria. Nos suceden cosas que nos producen cambios que debido a que no estamos atentos no nos damos cuenta que están efectuándose.
Conocer a una persona que luego puede ser importante en nuestra vida. Comprar un libro que nos hará felices leer. Contemplar las estrellas y descubrir un satélite artificial que surca el cielo. Cosas muy sencillas, simples, que apenas les damos importancia son las que más cambios provocan en nosotros.
A veces creemos que un hecho importante nos hace modificar nuestra forma de ver el mundo, pero no vemos que lo que provoca esos cambios son los hechos que no les damos importancia por considerarlos nimios.
Sólo podemos hacer pequeñas cosas que son muy importantes para los demás. Dar un abrazo, un beso, hacer un regalo sencillo, etc. Son cosas que llena y son tan apreciadas con las grandes.
Hemos de aprender a mirar con el corazón. Descubramos esa nueva forma de mirar y descubramos la sencillez de la vida que tanta felicidad nos puede aportar.